Cuando naces siendo mujer la sociedad tiene un plan perfecto para ti: Encontrarte un buen prospecto para casarte y tener hijos. Si estudias es solo un “complemento” y no tienes por que pasar parte de tu vida dedicándote a tu profesión.
“¿Cómo es eso que tienes 25 y no tienes novio?” Estas son las palabras de mis tías cada vez que recuerdan mi edad y mi estado civil. Cuando terminé con mi exnovio, hace siete meses, mi familia nunca se detuvo a pensar si yo estaba siendo feliz en esa relación y si se estaba cumpliendo lo que yo quería.
Para ellos fue mi culpa, primero por presionarlo demasiado a cumplir lo que yo esperaba y segundo porque dejé a ir a alguien que “me quería”. ¿Encontrar a alguien que te quiera es tan difìcil? Al parecer para mi familia sí lo es y terminar con esa persona fue como firmar un acta de sentencia.
“Mija, es mejor diablo viejo que uno por conocer” eso me dijo mi tía abuela cuando se enteró de la ruptura. Con su mirada me quiso decir que lo buscara y me arrepintiera de lo que había hecho. Y pensar que de alguna manera, ellas me empujaron a eso.
La presión de cómo debería ser una relación y sus ideales formaron en mí una concepción de querer lo contrario. Y de repente me vi envuelta en una relación en la que sentía que todos los días eran los mismos y cuando se lo planteé a mi exnovio no lo entendió, su decisión fue terminar sin derecho a negociar.
Casada a los 16
Que la sociedad te juzgue por tener 25 años y no tener intención de establecer una relación seria, parecer ser nada a que te obliguen a casarte a los 16 años.
Juana Ruiz (51) se casó a los 16 años con su novio de ese entonces, no estaba en sus planes contraer nupcias. Un día salió y regresó muy tarde, al llegar a casa su mamá le indicó que la buscó por todos lados y necesitaba saber la verdad.
A Juana no le quedó más remedio que confesar que estaba con su novio y su madre de inmediato asumió que habían tenido relaciones. “Perder tu virginidad fue lo peor que pudiste hacer porque es lo único valioso que tenías”, le dijo entre gritos.
“Realmente ese día no tuve relaciones con Anselmo, pero mi mamá insistía que sí. Después me dijo que él tenía la obligación de casarse conmigo y él aceptó”, confesó Ruiz.
A los 17 tuvo su primer hijo y luego a los 20 el segundo. Casarse tan joven interfirió mucho en su estilo de vida. Tuvo que dejar la secundaria y terminó el high school después de que sus hijos tenían 10 y 7 años respectivamente.
“A veces pienso que mi vida pudo haber sido diferente si no hubiese nacido mujer”, expresó Juana.
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No era su lugar
Desde que tenía ocho o nueve años, Deivis Ramos Licet sabía que él estaba atrapado en un cuerpo que no correspondía a sus gustos. Aunque sus padres intentaron que él hiciera cosas de “hombre”, para encajar en la sociedad, practicó karate y otras actividades deportivas, siempre supo que ese no era su lugar.
“Desde que estaba pequeño en la escuela me hacían bullying porque actuaba distinto a los demás. Siempre intenté que eso no me afectará, aunque en el fondo eso no era lo que pasaba. Conforme iba creciendo me sentía cada vez más reprimido”, expresa.
Cuando cumplió 16 decidió confesarles a sus padres que no le gustaban las mujeres y no quería actuar como un hombre promedio. “Nunca quise cambiar de sexo, pero sí me gusta el maquillaje y vestirme de mujer”, admite.
Ramos aclara que sus padres no entendieron su gusto por los hombres. “Mis padres me discriminaron tanto que lo único que hacía era llorar. Más que todo mi madre, no entendía que no era heterosexual y sus quejas eran infundadas en la religión, aseguraba que eso era un pecado y no lo podía aceptar”, argumenta.
Por más que intentó agradar a sus padres no pudo, siempre sentía inconformidad y ganas de salir corriendo. Él se sentía a gusto vistiéndose de mujer en los carnavales, organizando concursos de belleza, haciendo labores de peluquería, manualidades y en casa de sus padres no podía ser él mismo.
La salida
Se fue de su casa a los 18 años. Intentando hacer la vida que quería. Una vez fuera del círculo familiar se topó con la dura realidad, puesto que no contaba con ayuda económica y se enfrentó con la discriminación de la sociedad.
“Cuando iba a buscar empleo me juzgaban mucho por mi forma de vestir y actuar. Creían que no sería capaz de ejercer bien las funciones por ser “gay”. Incluso en una oportunidad un señor me dijo “Hijo, este trabajo no es para ti. Mejor busca en una peluquería o haciendo uñas”. Siento que la percepción de que la gente cree que esos trabajos son solo para los homosexuales”, señala Ramos.
Pasó varios meses sin un trabajo estable. Comenzó a hacer zarcillos con tela y los vendía en un boulevard, sin embargo sobrevivir era su mayor meta. La sociedad lo señalaba solo con verlo y pocos tomaban con seriedad sus habilidades.
“Fueron tiempos muy duros. Lloraba a diario y me cuestionaba porque no era normal, porque para los “hombres” (heterosexuales) la vida es más fácil que para nosotros” agrega.
Confiesa a Hypertexto que una vez fue víctima de violencia solo por el hecho de ser gay. “Me decían que peleara, pero la verdad es que intenté defenderme, pero no pude. Me robaron y casi me matan. Fue una experiencia traumática”.
Datos del Observatorio de Personas Trans Asesinadas, con sede en Viena dio a conocer que entre 2003 y 2017 en Venezuela fueron asesinados 109 personas que formaban parte de la comunidad LGTB.
De esa manera, el país se convirtió en el cuarto país del mundo con mayor número de asesinatos a personas homosexuales y transgénero. En primer lugar, quedó Brasil con 868.
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En otras fronteras
La Real Academia Española señala que la palabra “homofobia” es definida como la “Aversión hacia los homosexuales, tanto masculinos como femeninos”.
En América Latina en particular es una región difícil para ser abiertamente gay. En particular en Perú, de acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 62.7% de la población LGTB ha sufrido alguna vez violencia o discriminación.
Incluso algunas de estas agresiones han ocurrido en público, lugares de trabajo y las principales agresiones vienen por parte de familiares.
En vista de la situación económica, política y social de Venezuela, Julio Moya (26) decidió agarrar su equipaje, su poco presupuesto e irse a Perú en búsqueda de oportunidades de progreso.
Cuando llegó la realidad no fue nada parecida a lo que él se había imaginado. Las ofertas laborales eran muy pocas para aquellos que no estaban totalmente legal en el país y se topó con una sociedad más rígida en comparación a la venezolana.
“Mis primeros días en Perú puedo describirlo como un tropezón gigante. Me juzgaban hasta por mi manera de caminar, es una sociedad poco tolerante con los homosexuales”.
Recuerda que en un empleo temporal, la dueña del local le insinúo que había cosas que él no podía hacer porque no era “hombre” y comenta que fue de las peores ofensas.
“Mi familia siempre me aceptó como homosexual y en mi país realmente nunca me sentí discriminado. Logré graduarme de la universidad, ejercer mi carrera y no llegué a sufrir ningún tipo de acoso laboral o de ningún otro tipo. No estaba acostumbrado a un mal trato por ser gay”, objeta.
Moya quién es periodista de profesión, opina que la sociedad peruana se caracteriza por ser “religiosa” y esa es una de las razones por la que la homosexualidad está mal vista.
“No es solo lo que dicen, sino que el disgusto se les nota en la cara. Es tan desagradable caminar y que te observan con ojos de asco”, comunica.
Cree que es importante que los individuos comprendan que no todos los seres humanos son iguales y que tu sexo biológico no tiene nada que ver con el género. Considera que la sociedad de América Latina debe trabajar más en los derechos de la comunidad LGTB y las mujeres, porque continúan sufriendo discriminación y violencia.
“Nunca pensé que mi orientación sexual sería un detonante para hallar trabajo y la verdad es que en este país lo he comprobado”.
Dos procesos
La adolescencia es tal vez la época más difícil para muchas personas. En el caso de Lhel Farías lidiar con su homosexualidad fue complicado. Él “salió del closet” a los 15 años consigo mismo y a los 16 con su familia.
Sintió que era primordial sincerarse con su familia y un empujón lo llevó a confesarlo. Confiesa que después de que conocieron la verdad lo presionaron para ir a terapista sexual y fue un par de veces.
“Para mí esa etapa se puede definir en dos procesos. Primero fue mi proceso interno, yo definirme como gay y el otro proceso es cuando tú le cuentas al resto del mundo”, expresa.
Farías afirma que al final es un proceso permanente dependiendo de quién se trata. “A veces me pasa con las mujeres. Le digo que soy gay y es como que “Ayy, ¿tú eres gay?” y sienten como una desilusión”
Comenta que llegó un punto de su vida en la que eso dejó de tener importancia.
Lhel se encuentra en Chile y una de las cosas que más han impactado a él es la discriminación. A nivel laboral se espera que se esté de acuerdo con gerentes y otro tipo de cosas. Le dijo a Hypertexto que ha tenido que doblegarse mucho como es y su forma de actuar para poder adaptarse al entorno.
“Y fue muy doloroso. Y es una de las razones por las que me quiero ir”.