Rafael Rodríguez confiesa que no sabe con exactitud cuál es su edad. Cree que tiene 27, pero no le da mucha importancia porque para él es solo “un número”. En su pecho tiene un tatuaje que define todo lo que ha sido su lucha con las drogas “nunca te rindas”. Es fanático del grabado en la piel y en todo su cuerpo tiene más de 30.
Es oriundo de San Cristóbal y da a entender que se siente atrapado en Oriente. Estudió tres carreras y logró terminar dos. Es licenciado en Artes Visuales egresado de la Universidad de los Andes (ULA) y también estudió Informática. Ama la fotografía documental y asegura el click de la cámara “lo salvó”.
Aunque ahora Rafael lleve una vida “normal” no fue así hace cinco años. Confiesa que pasó 13 años batallando con diferentes clases de drogas. “Comencé con LSD y luego experimenté toda clase de cosas”, comenta.
Entrevistar a Rafael no fue difícil. Habló con naturalidad sobre ese proceso. Ha experimentado la soledad hasta el punto de perder a los seres que más amaba. Hubo días que amanecía en la calle y otros que simplemente no recordaba que hizo horas antes.
Sin embargo, todo esto lo llevó a convertirse en la persona que es hoy. Con su historia solo busca ayudar a otras personas que están batallando con la adicción a las drogas o al alcohol.
“Creo que todo lo que pasé me sirve para poder rescatar a más personas como yo”, expresa.
Equivocación
-H: ¿Recuerdas el momento exacto en el que comenzaste a consumir?
-R: Sí, creo que eso nunca se olvida. Yo trabaja en una empresa en San Cristóbal en donde arreglaban computadoras y la persona que era mi jefe me dio una pastilla, me dijo que era para la gripe y que él se las había dado a mis primos también.
-Yo le creí y después de tomármela sentí como el ácido se desintegraba. Después de media hora empecé a experimentar un escalofrío y empecé a ver como 1000 pantallas a la vez.
-Después le dije “oye man, ¿qué me diste?” y él se río y me dijo vaya mijo, busqué en Internet lo que es el LSD.
Esa experiencia marcó lo que sería la vida de Rodríguez. Después de ahí comenzaron sus tormentosos 13 años consumiendo diferentes clases de estupefacientes.
Justo en esa etapa estaba iniciando su primera carrera, comenzó lo que él considera “un viaje”.
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-H: ¿Cómo fue lidiar con las drogas y la universidad al mismo tiempo?
-R: Era una cosa muy loca. Durante ese tiempo probé de todo, después del LSD, probé éxtasis, marihuana, cocaína y el alcohol también jugó una parte importante en ese proceso de transición.
-A veces, cuando estaba en clases y estaba drogado sentía como las ideas fluían y entendía todo. Otras veces, dependiendo de lo que consumía en el momento podía leer un libro y sentir como la información estaba completa en mi cabeza.
Rafael explica que dependiendo del momento elegía la droga que iba a consumir. El LSD intensifica los efectos visuales y el éxtasis, por ejemplo, el auditivo y esta última opción era su preferida cuando iba a alguna fiesta.
Pero a medida que se introducía más en las drogas más perdía gente que lo quería.
“Empecé a vivir y experimentar la soledad a niveles extremos”, comunica. Desde el principio su familia no apoyó su estilo de vida con referencia al arte. Entró en una parte de rebeldía en la que le dijo a su mamá “voy a consumir y listo”.
Fotografía
“Desde que estaba muy pequeño me interesaron muchos temas y el conocimiento era muy importante para mí. Aunque estaba en las drogas, no dejé de estudiar. Siempre tuve determinación en eso”, agrega.
Le apasiona la fotografía documental. «Me gusta retratar a la gente de la calle, porque yo o viví», enfatiza.
Este arte lo impulsa cada día a entender que llegó a este mundo con un propósito.
-H: ¿En algún momento de ese tiempo aceptaste que eras un adicto?
-R: La verdad es que nunca me sentí como un adicto. Sin embargo, todas las circunstancias decían lo contrario. Comencé un proceso muy turbio de mi vida y mi familia no pudo apartarme de ese mundo, en ese momento.
-H: ¿Qué fue lo más duro que experimentaste durante esos años?
-R: Cuando entré en el hueco de que era un adicto a las drogas, todo se complicó. A veces amanecía dormido en cualquier lugar sin ningún tipo de razón. Podía dormir literalmente debajo de un puente sin ninguna necesidad, solo estaba muy drogado para darme cuenta.
A pesar de esos días duros, Rodríguez cree que la fotografía y Dios lo ayudaron a salir adelante. Su estilo es documental, fotografía a la gente de la calle porque experimentó por algún tiempo un proceso similar.
-H: ¿Qué te impulsó a dejar de consumir?
-R: Cuando estaba viviendo en Mérida unos amigos me dijeron que los ayudara guardando unos tres kilos de heroína en mi casa. A cambio, recibí mi parte y una vez que comencé no pude parar. Consumí tanto que recuerdo estar sentado en una silla y creer ver el infierno. En serio, recuerdo haber visto mi muerte espiritual.
-Vi claramente a los demonios y el fuego, así tal cual lo describen en las películas de terror ¿sabes? Además, podía sentir un calor difícil de explicar. En medio de este caos que estaba viviendo observé cómo un hombre me decía que fuera con él. Esa voz era súper fuerte e imponente y sentí miedo.
– Cerré los ojos y cuando los abrí estaba en el mismo lugar, como si todo eso que viví no ocurrió. Al terminar ese episodio continúe consumiendo heroína y volvió a ocurrir algo similar y me dije “Esto es todo”. Llamé a esos amigos y dije que fueran a buscar lo que tenían porque era capaz de botarlo.
Rodríguez pasó dos meses en un centro de rehabilitación en el Oriente de Venezuela. “Fue muy duro, porque ahí experimentas las soledad completa y la abstinencia, pero fue muy necesario para poder sanar”, profundizó.
“Rescatar a más personas como yo”
“Estoy confiado en que el mundo espiritual realmente existe y que Dios siempre estuvo comentó”, suelta Rodríguez durante la entrevista.
Cree que todo lo que vivió fue necesario. “Creo que tengo la responsabilidad de rescatar a más personas como yo. Puedo decir que he ayudado a muchas personas a tomar ese impulso y que se vean reflejados en mi experiencia”, proclama.
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Rafael está seguro que ahora está en su mejor momento. Creó su propia empresa de publicidad en Maturín, Venezuela. Les imparte clases de fotografías a niños de 13 a 16 años y unió sus dos carreras informática y las artes visuales para apoyar a emprendedores en el área digital.
“Hay un libro que leí que me hizo entender que los seres humanos somos metales preciosos en la mano de Dios y que algunos necesitan pasar por fuego para pulirse y es algo que siempre llevo conmigo”, destaca.
Ese libro es la biblia.