El problema de la música contemporánea: menos calidad y más show

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Photo by Hanny Naibaho on Unsplash

La música es inherente a la humanidad. Su uso ha variado. En la Edad Antigua era una expresión que ayudaba a preservar el patrimonio cultural, luego en la Contemporánea se convirtió en un producto.

Ahora la civilización del espectáculo se aprecia en eventos importantes para la industria.

Un reciente caso es el de los American Music Awards (AMA), ceremonia donde Taylor Swift, una de las figuras representativas del momento, no solo actuó en el escenario, sino que también obtuvo seis premios durante la noche del pasado domingo, incluido el artista del año.

Swift también fue honrada como artista de la década. Por otro lado, el grupo de K-pop BTS y Khalid empataron en segundo lugar con tres victorias cada uno.

En esta oportunidad, así como en otros acontecimientos ligados al mundo del entretenimiento, lo popular realza su orden sin importar la calidad musical.

Hay otros elementos como el mismo espectáculo, las ventas y qué implica lograrlas.

El economista Jacques Attali critica el aparato industrial en su Ensayo sobre la economía política de la música, un trabajo un análisis a los medios de producción.

«Se ha convertido en una mercancía, un medio de producir dinero. Es vendida y consumida. Es analizada: ¿qué mercado tiene?, ¿qué beneficios produce?, ¿qué estrategia industrial exige?».

En algunos momentos de los American Music Awards de 2019 diferentes estrellas se presentaron, pero no debido al talento para componer o interpretar de acuerdo a preceptos de la música como teoría.

Cómo funciona la industria

Ver a un cantante en este tipo de eventos es tan solo el comienzo del final. Es un proceso que acerca a la compañía discográfica a la mesa de negociaciones, algo tortuoso de acuerdo a la investigación Understanding Commercial Music Contracts: The Place of Contractual Theory, de la Universidad de Westminster.

La industria discográfica es de alto riesgo. Puede ser un fracaso para el artista, pero también para los inversores y las empresas.

La gran mayoría de las grabaciones sonoras que se lanzan no son económicamente lucrativas, a menudo ni siquiera recuperan el desembolso inicial.

La tasa de éxito económico puede ser tan baja como 10% 15%. «La verificación independiente es difícil de obtener y es, por supuesto, de interés de la industria retratar recompensas poco frecuentes y sujetas a la incertidumbre del mercado».

Todo parte del contrato, un intercambio catalogado por Attali como una relación de domesticación y no de intercambio. En el ensayo se vale de patrones de poder para dejar claro que las relaciones sociales no han cambiado del todo.

«El artista no toca sino lo que el señor le manda. Sirviente, su cuerpo pertenece enteramente a un señor a quien debe todo su trabajo. Aunque sus obras sean editadas, no recibe ningún derecho de autor, ni remuneración alguna por la ejecución de sus obras por parte de otros».

Calidad musical

La evolución de la música es paralela al desarrollo de la economía de una época determinada. Para Attali la naturaleza de la producción cambia entonces, pues lo que se escucha no es una composición sino un replanteamiento colectivo.

Para algunos medios como Vice o MTV, lo mainstream es la primera orden del día porque el público lo pide. Por eso Bad Bunny, Rosalía, Taylor Swift o Drake son algunos de los representantes de la música mientras hay artistas multi instrumentistas virtuosos rezagados.

A juicio de Attali la función de la música no depende de la cantidad de trabajo aplicada sino en «su adecuación misteriosa a un código de poder». En otras palabras, cristaliza la organización social en un orden.

No obstante, la contracultura nace como producto de descontento. Entre las décadas del 50 y 60 del siglo XX, surgieron bandas y cantantes que buscaban romper los paradigmas del momento. La tecnología también ayudó. Los instrumentos eléctricos estaban en boga. El resultado fue el rock and roll, este último ya no goza de la misma popularidad.

El medio es el mensaje

 Ahora se escuchan representantes que hicieron lo mismo: cambiaron el orden de las cosas. Ya no se escucha música orgánica sino mecánica a un nivel superior: pistas, programas de edición vocal, efectos de sonidos, entre otros elementos, son parte del repertorio no solo en este caso sino en el del hip hop y pop.

Es allí cuando la frase el medio es el mensaje, atribuida al comunicólogo canadiense Marshall Mcluhan, entra al juego. La expresión se encuentra en Understanding Media: The Extensions of Man, obra publicada en 1964. El autor reveló que el efecto en el receptor no solo proviene del contenido sino también del canal por donde se transmite.

Por lo tanto, la industria musical se vale de posicionar íconos alejados de la esencia primigenia para vender emociones, estilos de vida, ilusiones a través de obras estériles. La premisa del investigador evidencia el conglomerado de códigos y símbolos acordes a las necesidades del mundo de hoy.

A pesar que Mcluhan se centró en la televisión y el cine, los mass media por antonomasia de la época, la música se masifica a través de las transmisiones en internet, donde las características de los medios también importan, pues ahora se trata de un cúmulo de herramientas distractoras.

«La degradación universalizante, de especificadora, es una de las condiciones del éxito de la repetición. Los temas más rudimentarios, los más planos, los más carentes de sentido se imponen como éxitos si remiten a una preocupación cotidiana del consumidor o si significan el espectáculo de un compromiso personal del cantante», señala Attali.

Esto no parece cambiar. Todo lo contrario, la evolución sigue haciendo su trabajo.

Para algunos se trata de una degradación, a otros parece no molestarles; sino que se decantan en disfrutar de lo que el mercado les brinda.

Luis Felipe Hernández

Luis Felipe Hernández

Comunicador por naturaleza y periodista ante la ley.

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