La cancel culture define cómo las personas actúan entre sí. Es una forma de boicot social y cultural impulsado por el «pensamiento grupal» que excluye lo que sus defensores consideran ofensivo.
A simple vista parece tener una relación con la corrección política. Y claro, la hay, pero su ligera diferencia es que la cultura de la cancelación es la acción literal de eliminar algo o silenciar a alguien que no sea de agrado para un sector de la sociedad.
En 2019, el tema ganó popularidad a través de los comediantes Dave Chappelle y Shane Gillis, quienes recurrieron a «material ofensivo».
En su especial de Netflix «Sticks and Stones», Chappelle hizo bromas sobre los acusadores de Michael Jackson, antes de centrar su atención en las personas transgénero. Para muchos, el material fue transfóbico y racista.
Chappelle se enfrentó a una reacción violenta y Gillis fue despedido de «Saturday Night Live» poco después del anuncio de su contratación.
Para Letty Cottin Pogrebin, autora, activista y editora fundadora de la revista Ms, cree que la cultura de la cancelación intenta deshabilitar a una persona con la que no está de acuerdo.
A su juicio, el objetivo de las medidas es que no se vuelva a tomar en serio a escritores, editores, oradores, activistas, intelectuales o incluso, busca que se despida a cualquier persona.
Una encuesta reciente realizada por el Instituto CATO reveló que el 49% de todos los estadounidenses dicen que la cancel culture es negativa. Solo el 27% manifestó lo contrario.
Según la encuesta, «casi dos tercios (62%) de los ciudadanos de Estados Unidos dicen que el clima político en estos días les impide decir cosas que creen porque otros podrían encontrarlos ofensivos».
Aún más alarmante, la proporción de estadounidenses que se autocensuran ha aumentado alarmantemente varios puntos desde 2017.
Y estos temores traspasan la política: «El 52% de los demócratas, el 59% de los independientes y el 77% de los republicanos están de acuerdo en que tienen opiniones políticas que temen compartir», señala la encuesta.
«Parece una palabra de moda que crea más confusión que claridad», dice el periodista George Packer, quien lo llama «un mecanismo donde un coro de voces, amplificadas en las redes sociales, intenta silenciar un punto de vista que encuentran ofensivo al tratar de dañar o destruir la reputación de la persona que ha ofendido».
Para la autora, educadora y socióloga Tressie McMillan Cottom, la situación no es real pese a que muchos estudiosos crean lo contrario.
“Desde mi perspectiva, la responsabilidad siempre ha existido. Pero algunas personas deben rendir cuentas de formas nuevas para ellos. No hablamos de cancel culture cuando alguien fue acusado de un delito y tuvo que permanecer en la cárcel porque no podían pagar la fianza», le comenta a AP.
En tuits, cartas en línea, artículos de opinión y libros, conservadores, centristas y liberales continúan denunciando lo que ellos llaman intolerancia creciente por puntos de vista opuestos y «la ruina de vidas y carreras».
Una encuesta de Morning Consult muestra que el 44% de los estadounidenses lo desaprueba, el 32% lo aprueba y el 24% restante no tenía opinión o no sabía lo que era.
Hay un gran debate sobre el papel que ha estado jugando en la sociedad: si va demasiado lejos, si es efectivo para el cambio social e incluso si existe.
La revista Harper publicó una carta titulada Una carta sobre justicia y debate abierto. Posteriormente, hubo una respuesta en el boletín The Objective titulada Una carta más específica sobre la justicia y el debate abierto. Más de 100 artistas y pensadores respaldaron el texto, informa AP.
Packer, uno de los autores, advirtió contra un «nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica».
«Esta es la definición misma de totalitarismo, y es completamente ajena a nuestra cultura y nuestros valores, y no tiene absolutamente ningún lugar en los Estados Unidos de América», opinó el presidente Donald Trump en un discurso el 3 de julio en Mount Rushmore.
«Una de las armas políticas (de la izquierda) es la cancel culture: expulsar a las personas de sus trabajos, avergonzar a los disidentes y exigir la sumisión total de cualquiera que no esté de acuerdo».
Desde que ingresó a la Casa Blanca, Trump ha sido uno de los mayores críticos de la cancel culture.
«Trump ha criticado durante mucho tiempo la corrección política. Pero también ha intentado durante años castigar o desterrar a personas y entidades por lo que considera palabras y actos objetables», escribe un autor en la página de CNN, Daniel Dale, en un artículo que detalla algunos de los intentos de cancelación de Trump.
«Él ha abogado explícitamente por cancelaciones, boicots y despidos en numerosas ocasiones, a menudo simplemente porque no le gusta algo que su objetivo ha dicho».
Al final del día, la cancel culture es cuestionada por individuos poderosos como el presidente y también defendida por un sector de la opinión pública. Al parecer, depende de la situación y del momento de los cuales sacan ventaja.