El Congreso de Estados Unidos prohibió las peleas de gallos en Puerto Rico alegando que no se trata de un deporte sino de maltrato animal. Los defensores han dicho que se perderán muchos empleos pero también han hecho énfasis en que es parte de la cultura.
Este es uno de los numerosos casos que conllevan a preguntarse si la violencia debe ser respetada, sea tradición o no.
Investigadores han planteado la hipótesis que las normas sociales y culturales toleran comportamientos violentos desde la infancia, en donde un niño experimenta castigo corporal, es testigo o los contempla en medios de comunicación.
Rebecka Lundgren, de la Universidad de Georgetown, señala que las causas están relacionadas con el poder. Para ella, el significado de un acto específico de violencia requiere analizar de manera integral las formas en que se ejerce tomando en cuenta el contexto cultural.
Destaca los efectos y roles de los actores sistémicos (escuelas, instituciones religiosas, comunidad y familia), y el entorno para determinar su influencia.
Cristina Bicchieri, de la Universidad de Pensilvania, explica que las personas tienen ciertas expectativas definidas por normas sociales, entendidas como reglas de comportamiento destinadas a cumplirse.
«¿Es posible identificar cuáles son las normas y cuáles son solo idiosincrasias? Lo más importante, si determinamos que estas expectativas sociales son inmorales, ¿es posible cambiarlas intencionalmente?», indica la investigadora en un podcast.
Para Bicchieri cambiar el comportamiento violento requiere la capacidad de diagnosticar y medir qué se considera correcto ajustando las expectativas.
Por otro lado, un informe de la World Health Organization titulado Changing cultural and social norms that support violence revela que las intervenciones desafían la cultura y la sociedad.
El sociólogo Johan Galtung define esta legitimación como violencia cultural, indicando que se trata de cualquier aspecto simbólico representado por la religión, ideología, arte, lenguaje, ciencia, entre otros tópicos, usados para también justificar el rigor estructural.
«Una estructura violenta deja marcas no solo en el cuerpo humano, también en la mente y el espíritu. Funciona impidiendo la formación de la conciencia y movilización, dos condiciones para una efectiva lucha contra la explotación».
El investigador destaca que la teoría aborda la omnipresencia de patrones violentos específicos dentro de una dimensión social.
Para Galtung, el síndrome triangular de violencia debería ser contrastado en la mente con un síndrome triangular de paz en el que la «paz cultural engendra paz estructural».
«Este triángulo virtuoso sería obtenido trabajando en las tres esquinas al mismo tiempo, sin asumir el cambio en uno conducirá automáticamente a cambios en los otros dos».
Al menos para la organización no gubernamental (ONG), Awid, no hay indicios de cambios. Especialmente cuando se trata de la religión.
«Cuando las poderosas fuerzas anti-derechos reclaman la propiedad sobre una interpretación auténtica de la religión se les niegan sus derechos fundamentales», manifiesta.
«Esta violencia está especialmente dirigida contra mujeres, niñas, minorías étnicas y religiosas, personas que disienten o desafían».
Aunque no especifican qué religión en específico ha estado inmersa en casos de violación de derechos humanos, en el imaginario popular se considera que individuos practicantes del islamismo han perpetrado la violencia en nombre de su creencia.
Un ensayo titulado Trilogy of Violence: Religion, Culture and Identity The Abused Muslim Woman in the Age of Secular Modernity manifiesta que hombres usan el Islam para justificar y sostener el patriarcado.
En el texto, la autora Hasnaa Mokhtar resume diferentes acontecimientos impactantes. Uno es el de una joven violada en Arabia Saudita quien fue sentenciada a seis meses de prisión y a 200 latigazos por estar sola en el automóvil con un hombre.
En 1999, los talibanes realizaron la ejecución pública de una mujer, conocida como Zarmeena, en Kabul, Afganistán, después de ser acusada de matar a su esposo abusivo.
En 2012, Fakhra Younus saltó del sexto piso de un edificio después de que su cónyuge la maltrataba. No se otorgó justicia a la mujer paquistaní de 33 años quien ya no tenía rostro humano debido a que un perpetrador masculino la atacó con ácido en el año 2000.
La Encuesta de Salud Demográfica en Egipto, informó en 2008 que la tasa generalizada de la mutilación genital femenina entre personas de 15 a 49 años era de 91.1%, con 74% de las niñas de 15-17 años circuncidadas.
Mokhtar manifiesta que la política estatal y el poder, han «normalizado» la violencia de género en el nombre del Islam, haciendo la vista gorda a la violencia contra las mujeres.
«En consecuencia, los individuos y las comunidades usan la religión, para justificar, legitimar y reforzar las prácticas culturales del patriarcado, incluida la violencia de género para subyugar y discriminar».
Pese a las críticas, en Indonesia se está llevando a cabo una campaña para cambiar la forma en que los musulmanes y el resto del mundo interpretan su religión.
Yahya Cholil Staquf, secretario general de Nahdlatul Ulama (NU), la organización musulmana más grande del país y comprometida con la promoción de una forma tolerante del Islam, está impulsando la iniciativa.
Staquf reconoce que será difícil afectar el cambio en una religión que no tiene una estructura jerárquica y, por lo tanto, no tiene una autoridad máxima. No hay papa que declare lo que los fieles deberían pensar.
El informe, titulado On islamophobia, realizado por el grupo de expertos de Policy Exchange, concluyó que el gobierno británico «debería abrazar esas voces» que están decididas a desafiar el odio anti-musulmán y el extremismo islamista.
De acuerdo a diferentes investigadores, la forma en que la violencia es heredada no solo en la religión sino en la cultura seguirá evolucionando mientras no se configuren las dinámicas sociales.