En las calles hay niños disfrazados con prendas creativas alusivas a historias populares, películas o series del momento. Concursos, reuniones y fiestas privadas tampoco se quedan atrás.
Esto aún no sucede del todo con la misma fuerza en suelo latinoamericano. En diversos países hay cierta resistencia. Sin embargo, durante los últimos años la celebración ha ganado terreno.
Una encuesta realizada por eCGlobal, indicó que siete de cada 10 latinoamericanos celebraría Halloween este año. Según la investigación el 85% de los hogares serían decorados. Los países de la muestra son Colombia (76%), Perú (72%), Chile (66%), México (61%) y Venezuela (21%).
El líder de este ranking es un lugar donde los habitantes comercializan disfraces durante estas fechas. De acuerdo a Mercado Libre, principal marketplace de América Latina, las compras de productos alusivos representa el 70% del total de sus ventas de 2018.
En el caso de Perú, los pequeños locales se benefician económicamente. Jorge Ochoa, presidente del Gremio de la Pequeña Empresa de la Cámara de Comercio de Lima (CCL) le dijo a El Comercio en 2017 que el incremento de disfraces, máscaras y consumos favorecen a negocios ligados a la cosmetología debido a la alta demanda de servicios de maquillaje.
Se considera que la fiesta de Halloween inició en Chile a partir de los 80. Una encuesta de de CCS Snuuper de 2018 arrojó que la mayoría de los entrevistados (329) gastó aproximadamente, cada uno, menos de USD 20.
De Venezuela no hay datos. Grupos de clases sociales con capacidad de compra se reúnen en fiestas privadas, discotecas o colegios privados con motivos lúdicos. Algunos locales son decorados pero no en gran medida.
En realidad, el origen de la tradición data del pueblo celta pero a través de los años ha habido algunos cambios.
Halloween no emergió en Estados Unidos sino en Reino Unido. El nombre proviene de una frase inglesa «All Hallows’ Eve», su significado es víspera de todos los santos.
Los historiadores del siglo XVIII relacionaron esta eventualidad con un ritual llamado «Samhain», llevado a cabo desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre con la finalidad de despedir el verano y recibir la llegada de los días del otoño.
Fue durante el siglo VIII cuando el papa Gregorio III cambió la fecha original del 13 de mayo al 1 de noviembre. Se presume que se se trató de un intento para cristianizar la festividad. Sin embargo, se unieron dos celebraciones, una cristiana y una pagana.
Desde 1500 a 1800 las cosas cambiaron. Además de quemar paja en las hogueras para «repeler» la brujería y las enfermedades, la astrología también influyó durante la celebración.
La gastronomía también. De hecho los niños iban de casa en casa cantando rimas o rezando por las almas y a cambio recibían pasteles. Luego a partir de 1845, a raíz de la Gran Hambruna en Irlanda, más de un millón de personas emigró a Estados Unidos, llevando consigo sus tradiciones.
Tras la diseminación del Halloween hubo algunas adiciones como la elección de espantapájaros en las decoraciones debido a que el maíz era uno de los principales rubros y por supuesto, la frase «trato o truco» o la talladura de calabazas.
No obstante, hubo un auge en la posguerra, momento de la historia estadounidense en el que culminaron los racionamientos de alimentos.
A diferencia de Estados Unidos, Latinoamérica ha abrazado esta fecha a finales del siglo XX y a mediados del XXI. La penetración cultural a través del cine, televisión e internet, ha influido notablemente.
Sin embargo, no ha sido una tarea fácil. Ha habido una resistencia en países con gobiernos de corte nacionalista como Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Brasil, entre otros.
De todos modos los latinoamericanos, en especial los mexicanos, tienen una afinidad hacia la muerte. De hecho hay una celebración llamada El Día de los Muertos, que comprende el 1 y 2 de noviembre de cada año.
Las culturas precolombinas han honrado a los antepasados, mostrando respeto hacia sus raíces. Tras la conquista del territorio, hubo una simbiosis entre las creencias indígenas y el catolicismo español, de esa manera se forjó una tradición pintoresca que es reconocida a nivel mundial.
En otras regiones no ha sucedido así y por ende, otros países han estado más abiertos a atravesar procesos culturales donde la influencia foránea cobra fuerza hasta el punto de adoptar y adaptar nuevas tradiciones.
Un ensayo publicado por el sociólogo Gerhard Steingress titulado La cultura como dimensión de la globalización: Un nuevo reto para la sociología, bien no habla directamente del Halloween.
Pero al tratarse de una celebración extranjera que ha impactado desde el punto de vista sociocultural, hay preceptos ligados a la globalización, aculturación transculturación, fenómenos imprescindibles en este caso.
El primero «crea vínculos y espacios sociales transnacionales, revaloriza culturas locales y trae a un primer plano terceras culturas», como cita el autor del trabajo a otro sociólogo alemán, Ulrich Beck.
El segundo es el proceso por el cual una persona o un grupo de individuos adquiere nuevos elementos o valores provenientes de una cultura foránea producto de un primer contacto (medios de comunicación).
«La aculturación remite a la tesis weberiana del espíritu del capitalismo como determinante del cambio cultural mediante la creciente e intensificada aplicación de la racionalidad económica con arreglo a fines a la organización de la vida social y cultural en todas las sociedades», aclaró Steingress.
En cambio la transculturación es cuando se consolida la formación de una nueva cultura partiendo de la existente.
Por lo tanto, el Halloween en Latinoamérica apenas cobra fuerza en diferentes naciones que absorben otras tradiciones y posiblemente, las más abiertas al cambio, dejen poco a poco las suyas o todo lo contrario, adquieren nuevas paralelamente a las ya existentes.