Para llegar a la azotea de un antiguo cine llamado Imperio, hay que subir dos pisos. En el primero dictan una clase de baile a un grupo de adolescentes que se mueven un tanto apenados por la mirada ajena. Unos escalones más y un payaso coloreado en la pared con graffiti, da la bienvenida a la sede de Saltimbanco Valencia, un grupo de circo integrado por artistas identificados con el punk.
En 2006 algunos de ellos frecuentaban las Tres Marías, la plaza antisistema de Valencia, al Centro de Venezuela. Unos expresaban su descontento malabareando, el resto andaba en lo suyo patinando, escuchando música, fumando un porro o manifestando sus ideas. Cada uno fue descubriéndose, su relación con la inconformidad los unía. Las crestas y botas eran parte del lugar como los árboles o las estatuas de esas mujeres polvorientas que daban la impresión de observar con recelo aquel panorama.
Joel Gutiérrez, a sus once años o doce -no recuerda su pasado sin saber por qué-, «se la pasaba ahí». La edad es lo de menos, importaba el skate, aunque detenía de vez en cuando sus trucos para observar a Gregory, Mary Jane, Miguel Eduardo o a Coquito practicando las artes circenses. Fue una inyección mental que lo acercó a ese universo joven. Admiró los malabares, pero el punk llegó hasta su cerebro.
Escuchó por primera vez un cassette de 2 minutos de su hermana; se acostó sobre un mueble, escuchó una canción moviendo «el piecito», era un ritmo diferente a lo que escuchaba, también divertido. Años después integró Los Pankemao, desgañitaba canciones como Valencia, Ciudad de la Anarkia, Criminales, Maniático Sexual, y Pesadilla Actual en eventos como el Rock y Pizza de la Plaza Sucre; antiguo Ateneo de Valencia, Teatro Bar o en el Festival de Rock 100% venezolano que años atrás recibió a Los Aterciopelados.
Asta los tuétanos era otra banda que hacía de las suyas. Los hermanos Hernández tomaban sus instrumentos. Alex «La bonita» tocaba el bajo, y José la guitarra uno que otro fin de semana; en cambio el circo era su trabajo diario. Su destreza nacía de un ritual sin planificación. Así como el de Mono Punk y Eliel, unos adolescentes fieles a la iglesia; un amigo les prestó un disco de Eskorbuto y Los Muertos de Cristo. Meses después esnifaban nihilismo; El circo fue una droga, ocupó sus cuerpos sin darse cuenta, la soltura y la ausente hilaridad ayudaron, la calle también; fue una compleja operación matemática resuelta con espontaneidad y avidez.
Muchos llegaron al «combo» siguiendo los pasos de ellos, eran adolescentes en ese entonces, ahora integran el Circo Saltimbanco Valencia. Algunos rondan los 23, otros como Joel «Pankemao» los 28. Él no toca tan seguido como antes, está ocupado con sus «juguetes», finalmente la inyección mental fue efectiva. Además los pequeños conciertos ya no son frecuentes. En cambio sí las jornadas en semáforos donde escenas como las de un motorizado quitándose sus lentes para ver el espectáculo a la par de un señor de mediana que desaprueba el acto y acelera el carro, son repetidas a la semana. El padre moralista le dice a su hijo que el personaje pedaleando un triciclo que lo mantiene en equilibrio para mover seis pelotas de mano en mano, no es un trabajador formal.
Por eso desde 2010 -cuenta Joel- los artistas de la calle se unieron para darle fuerza a un movimiento que luego se convertiría en una escuela. Para serlo necesitaba una sede; después de «varias luchas» lograron conseguirla. Se trata de un antiguo cine que proyectaba películas americanas y mexicanas durante los cincuenta, ahora está ocupado por el Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (FRAPOM). Unos candados mantienen sin salida alguna a aquel payaso grafiteado, sucede cuando no hay gente.
Protegen el espacio. Esa azotea es su sede, su escuela y su casa. Desde ahí se ve la rutina de la Plaza Bolívar y los alrededores: Unos pastores evangélicos pregonan la palabra del señor a punta de gritos y demonios del pasado, las prostitutas se van a unos hoteles junto a señores cojos que intentan llevar la delantera hacia un orgasmo barato. Las palomas llegan a la Catedral mientras que los pecadores se retiran ignorando a los indigentes. Solo basta bajar la vista para olerlos, sentirlos. Detrás aguardan triciclos, pinos, pelotas, carteles de eventos, una cocina, bolsos con parches de Suicidal Tendencies y demás bandas, andamios, entre otras pertenencias que con solo observarlas se sabe quiénes asisten con regularidad.
«Dimos en el clavito para vivir esto que hemos compartido con artistas cuando vienen de afuera. Responden a nuestra la acción que hemos mantenido. Se dan cuenta que tener un lugar así en el Centro haciendo lo que nos gusta, no es algo fácil de lograr en otros países como Estados Unidos e incluso España donde hay ocupas. Es una lucha dura…hemos pasado por intentos de desalojo pero nosotros batallamos porque… somos circo», dice Joel.
Ya con un lugar para trabajar, lo demás parecería fácil. Todo lo contrario. Un ejemplo es el haber organizado el Primer Festival de Artes Circenses (2016) tras varias reuniones con una organización naciente: la Red Nacional de Artes Circenses; durante tres días se brindó al público una serie de espectáculos al ritmo de bandas de metal, cumbia yTrova Latinoamericana. Los integrantes aprovecharon la oportunidad para compartir sus habilidades mejoradas, como las de Alex «La Bonita», antiguo bajista y vocalista de Asta los tuétanos, ahora trabaja para la Fundación Circo Nacional de Venezuela.
Ese evento fue parte del comienzo, el resto se apreciaría en escuelas y comunidades de Valencia y otros municipios aledaños. «En los barrios hubo espacios que eran cuevas donde no se desarrollaban cosas productivas. Las personas de los barrios han respondido agradablemente, no están pendientes de que vengan una institución a darle falsas ilusiones y por eso son criticadas por el ojo del poder. Esas personas nos han abierto las puertas para trabajar».
La rutina es el semáforo, el grupo tampoco rechaza ferias, fiestas navideñas, festivales y otras presentaciones tanto del Gobierno como del ayuntamiento para iluminar al público con gasolina que sale de sus gargantas. Trabajo es trabajo, la meta es brindarle magia a la gente, alegrarla sea donde sea. Por eso participan en cualquier lugar, solo basta proyectar la voz, sonreír y dejar en el medio del escenario callejero, una corneta de la que se escucha música circense. Un estilo que en términos de tiempo y velocidad, son similares al punk por lo autogestionado y jocoso.
En el Festival de Artes Circenses se fusionaron diferentes expresiones artísticas. (Cortesía de Saltimbanco Valencia).
Para Joel y otros recientes integrantes del grupo como Anderson, el género y actitud no se atribuyen al circo porque son expresiones diferentes. De hecho algunos de ellos tratan de no proyectar la imagen de antes. «Eso ya se erradicó», dice Anderson. Parece ser cierto. En la sede de Saltimbanco ya no se ven los carteles e ilustraciones de mensajes y estética punketa. No les avergüenza ni se arrepienten; tararean alguna canción de Eskorbuto pero también disfrutan de la diversidad anti-sistema.
La Plaza Bolívar de Valencia suele ser visitada por los artistas
El hambre por conocer el mundo y la crisis económica han hecho que la mayoría se haya ido del país. Ciudades de Colombia, Ecuador, Brasil, Paraguay, Perú, Puerto Rico, Argentina, entre otras, son recorridas a punta de su trabajo. La dinámica es similar a la de Venezuela. Es decir, se trata de llevar el espectáculo a cualquier rincón, dícese el de comunidades, escuelas y universidades públicas. Todo comienza con estar en un semáforo, el resto se desarrolla apenas alguien les pregunta de dónde son.
Joel estuvo en Bucaramanga, Colombia. Es la Ciudad de los parques; en la mayoría se reúnen músicos, poetas, teatreros, y otros trabajadores de la calle. Precisamente ese es el problema que él percibió, hay muchos artistas pero poca difusión porque lo suyo es informal y lo asocian a las drogas; el estereotipo traspasa fronteras. Así como hay deportistas, médicos, abogados, o profesores que padecen de drogadicción, también hay artistas. Lo mismo vio en Cúcuta, donde han llegado numerosos artistas venezolanos desde la frontera con San Cristóbal. Ahora el escenario es Bogotá.
La rutina es como la de cualquier otro trabajo, excepto el ambiente y vestimenta. Las cornetas de los carros sustituyen el silencio de una oficina y una nariz de payaso el obligado traje. El dinero que ganan les permiten vivir en hoteles o casas, alimentarse lo suficiente, comprar implementos y hasta alcanza para el ocio los fines de semana. El costo para lograr mantenerse es exigirse más.
Por ejemplo Gregory, de larga trayectoria en el trabajo de calle y uno de los pioneros de Saltimbanco, dice desde Brasil que se debe entrenar duro para mejorar. «El circo…el arte, me está dando cosas positivas porque estoy trabajando, por el arte daría todo».
Ellos van y vuelven. Lo que se ha construido en “la ciudad de la anarquía”, debe mantenerse. Aún falta para el último acto, los demás se están montando donde se encuentren. El espectáculo continúa, el público lo disfrutará aunque algunos espectadores creen que se trata de un show estéril o informal. Para Joel y el resto es el significado de crear algo nuevo con poder y rebeldía.